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Continúo aquí por un camino lateral la investigación que llevo realizando

durante años en torno a la antropología del cuerpo. La voz, si bien escapa del

cuerpo, está arraigada en él, no hay voz sin cuerpo. Es particularmente difícil

de abordar, como ya señaló la historiadora Arlette Farge, pero en este

sentido ofrece un desafío apasionante para el investigador. Esta investigación

me ha llevado años marcados de notas fragmentadas en los cuales a veces

sentía la imposibilidad de llevar a buen puerto este proyecto. Aunque la voz

es algo frecuente, no deja de escurrirse como agua entre los dedos. Sin

embargo, en años anteriores reflexioné sobre cuestiones igualmente difíciles

de abordar que planteaban dificultades similares: pienso en Rostros o en El

Silencio. El rostro sobre todo es un objeto marcado de sensibilidad y de

singularidad, pero impregnado del vínculo social. En Rostros, traté de

capturar el casi discurso del rostro, sus representaciones, sus significados, sus

valores, sin omitir cuánto nos mueve y nos conecta con el lazo social. En

formas variadas, hay múltiples convivencias entre el rostro y la voz, uno y

otra muestran la singularidad de la persona y su anclaje en las relaciones

sociales, uno y otra son signos de identidad porque si bien reconocemos a

cada uno por su rostro, también lo reconocemos por su voz, y la alteración

del rostro o de la voz recorta al individuo del lazo social generando malestar

hacia él. Interrogándome acerca de la voz, encontré las mismas dudas y las

mismas maravillas que cuando escribía sobre el silencio o el rostro, y el

mismo asombro al ver que al final poco a poco va naciendo la obra. Se trata

aquí de despejar el camino hacia una antropología sensible y explorar el

‘decir a medias’ de la voz. Fragmento de la introducción

Estallidos de la voz, David Le Breton, Topia

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Continúo aquí por un camino lateral la investigación que llevo realizando

durante años en torno a la antropología del cuerpo. La voz, si bien escapa del

cuerpo, está arraigada en él, no hay voz sin cuerpo. Es particularmente difícil

de abordar, como ya señaló la historiadora Arlette Farge, pero en este

sentido ofrece un desafío apasionante para el investigador. Esta investigación

me ha llevado años marcados de notas fragmentadas en los cuales a veces

sentía la imposibilidad de llevar a buen puerto este proyecto. Aunque la voz

es algo frecuente, no deja de escurrirse como agua entre los dedos. Sin

embargo, en años anteriores reflexioné sobre cuestiones igualmente difíciles

de abordar que planteaban dificultades similares: pienso en Rostros o en El

Silencio. El rostro sobre todo es un objeto marcado de sensibilidad y de

singularidad, pero impregnado del vínculo social. En Rostros, traté de

capturar el casi discurso del rostro, sus representaciones, sus significados, sus

valores, sin omitir cuánto nos mueve y nos conecta con el lazo social. En

formas variadas, hay múltiples convivencias entre el rostro y la voz, uno y

otra muestran la singularidad de la persona y su anclaje en las relaciones

sociales, uno y otra son signos de identidad porque si bien reconocemos a

cada uno por su rostro, también lo reconocemos por su voz, y la alteración

del rostro o de la voz recorta al individuo del lazo social generando malestar

hacia él. Interrogándome acerca de la voz, encontré las mismas dudas y las

mismas maravillas que cuando escribía sobre el silencio o el rostro, y el

mismo asombro al ver que al final poco a poco va naciendo la obra. Se trata

aquí de despejar el camino hacia una antropología sensible y explorar el

‘decir a medias’ de la voz. Fragmento de la introducción

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