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Continúo aquí por un camino lateral la investigación que llevo realizando
durante años en torno a la antropología del cuerpo. La voz, si bien escapa del
cuerpo, está arraigada en él, no hay voz sin cuerpo. Es particularmente difícil
de abordar, como ya señaló la historiadora Arlette Farge, pero en este
sentido ofrece un desafío apasionante para el investigador. Esta investigación
me ha llevado años marcados de notas fragmentadas en los cuales a veces
sentía la imposibilidad de llevar a buen puerto este proyecto. Aunque la voz
es algo frecuente, no deja de escurrirse como agua entre los dedos. Sin
embargo, en años anteriores reflexioné sobre cuestiones igualmente difíciles
de abordar que planteaban dificultades similares: pienso en Rostros o en El
Silencio. El rostro sobre todo es un objeto marcado de sensibilidad y de
singularidad, pero impregnado del vínculo social. En Rostros, traté de
capturar el casi discurso del rostro, sus representaciones, sus significados, sus
valores, sin omitir cuánto nos mueve y nos conecta con el lazo social. En
formas variadas, hay múltiples convivencias entre el rostro y la voz, uno y
otra muestran la singularidad de la persona y su anclaje en las relaciones
sociales, uno y otra son signos de identidad porque si bien reconocemos a
cada uno por su rostro, también lo reconocemos por su voz, y la alteración
del rostro o de la voz recorta al individuo del lazo social generando malestar
hacia él. Interrogándome acerca de la voz, encontré las mismas dudas y las
mismas maravillas que cuando escribía sobre el silencio o el rostro, y el
mismo asombro al ver que al final poco a poco va naciendo la obra. Se trata
aquí de despejar el camino hacia una antropología sensible y explorar el
‘decir a medias’ de la voz. Fragmento de la introducción
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Continúo aquí por un camino lateral la investigación que llevo realizando
durante años en torno a la antropología del cuerpo. La voz, si bien escapa del
cuerpo, está arraigada en él, no hay voz sin cuerpo. Es particularmente difícil
de abordar, como ya señaló la historiadora Arlette Farge, pero en este
sentido ofrece un desafío apasionante para el investigador. Esta investigación
me ha llevado años marcados de notas fragmentadas en los cuales a veces
sentía la imposibilidad de llevar a buen puerto este proyecto. Aunque la voz
es algo frecuente, no deja de escurrirse como agua entre los dedos. Sin
embargo, en años anteriores reflexioné sobre cuestiones igualmente difíciles
de abordar que planteaban dificultades similares: pienso en Rostros o en El
Silencio. El rostro sobre todo es un objeto marcado de sensibilidad y de
singularidad, pero impregnado del vínculo social. En Rostros, traté de
capturar el casi discurso del rostro, sus representaciones, sus significados, sus
valores, sin omitir cuánto nos mueve y nos conecta con el lazo social. En
formas variadas, hay múltiples convivencias entre el rostro y la voz, uno y
otra muestran la singularidad de la persona y su anclaje en las relaciones
sociales, uno y otra son signos de identidad porque si bien reconocemos a
cada uno por su rostro, también lo reconocemos por su voz, y la alteración
del rostro o de la voz recorta al individuo del lazo social generando malestar
hacia él. Interrogándome acerca de la voz, encontré las mismas dudas y las
mismas maravillas que cuando escribía sobre el silencio o el rostro, y el
mismo asombro al ver que al final poco a poco va naciendo la obra. Se trata
aquí de despejar el camino hacia una antropología sensible y explorar el
‘decir a medias’ de la voz. Fragmento de la introducción