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En qué se reconoce el simondonismo? Esta pregunta, lanzada desde el

prólogo de este libro, y que se nos impone por el peso que adquiere hoy

la obra de Simondon, debía necesariamente encontrar en su camino a

Muriel Combes. Pues su intento se revela uno de los más consistentes a

la hora de comprender el alcance de las tesis del pensador de la indivi-

duación, y de recorrer sus impensados, es decir amplificarlo.

No es este un libro cómodo. Combes tensiona en su lectura la letra de

Simondon, como quien agita un líquido con el fin de descubrir sus

valencias inherentes, o como quien talla la madera a fin de seguir sus

vetas-fuerzas. Es decir, fiel a Simondon con el método de Simondon,

busca reunir la letra con el espíritu, tensionarlas juntas, para inscribir

una fidelidad rebelde, o una respetuosa infidelidad.

Como Simondon no es Uno, como no podría serlo, conviven en él

varios, y sus apuestas ético-políticas (que acompañan su filosofía) son

también varias. Tenemos, dice Combes, junto al pensador-de- la-técni-

ca, reformador de la educación, regulador de un modo de relación con

las máquinas, el Simondon de lo transindividual, de la expresión en lo

colectivo de la carga de ser preindividual que somos (exceso y no falta) y

que nos impide cerrarnos en un individuo, que nos empuja a la trans-

formación incesante, al afectar y ser afectado. Combes previene que el

primero, sin el segundo, corre el peligro de “normar lo inmanente”. Y en

un punto no se trata de elegir, ya que ambos “simondones” coexisten en

Simondon, pero en otro, siempre se trata de elegir, ya que la lectura es

acción sobre nosotros mismos, modo de vida.

Técnica y deseo, técnica y modo de vida, no hay relación que sea hoy

más apremiante (pregnante y alienante), y es esto lo que podemos pensar

a través de Simondon, con Muriel Combes, en un sentido liberador.

Simondon una filosofia de lo transindividual, Muriel Combes, Cactus

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En qué se reconoce el simondonismo? Esta pregunta, lanzada desde el

prólogo de este libro, y que se nos impone por el peso que adquiere hoy

la obra de Simondon, debía necesariamente encontrar en su camino a

Muriel Combes. Pues su intento se revela uno de los más consistentes a

la hora de comprender el alcance de las tesis del pensador de la indivi-

duación, y de recorrer sus impensados, es decir amplificarlo.

No es este un libro cómodo. Combes tensiona en su lectura la letra de

Simondon, como quien agita un líquido con el fin de descubrir sus

valencias inherentes, o como quien talla la madera a fin de seguir sus

vetas-fuerzas. Es decir, fiel a Simondon con el método de Simondon,

busca reunir la letra con el espíritu, tensionarlas juntas, para inscribir

una fidelidad rebelde, o una respetuosa infidelidad.

Como Simondon no es Uno, como no podría serlo, conviven en él

varios, y sus apuestas ético-políticas (que acompañan su filosofía) son

también varias. Tenemos, dice Combes, junto al pensador-de- la-técni-

ca, reformador de la educación, regulador de un modo de relación con

las máquinas, el Simondon de lo transindividual, de la expresión en lo

colectivo de la carga de ser preindividual que somos (exceso y no falta) y

que nos impide cerrarnos en un individuo, que nos empuja a la trans-

formación incesante, al afectar y ser afectado. Combes previene que el

primero, sin el segundo, corre el peligro de “normar lo inmanente”. Y en

un punto no se trata de elegir, ya que ambos “simondones” coexisten en

Simondon, pero en otro, siempre se trata de elegir, ya que la lectura es

acción sobre nosotros mismos, modo de vida.

Técnica y deseo, técnica y modo de vida, no hay relación que sea hoy

más apremiante (pregnante y alienante), y es esto lo que podemos pensar

a través de Simondon, con Muriel Combes, en un sentido liberador.

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